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2 semanas

Hace poco ví de nuevo una película que seguramente muchos de ustedes habrán visto llamada “Hogar dulce hogar” (Título original “The money pit”) de 1986, dirigida por Steven Spielberg, protagonizada por Tom Hanks y Shelley Long, en donde una pareja compra una casa a unos estafadores y resulta ser un fiasco, si aún no la han visto les aseguro que verla es pasar un buen rato.

Me divertí viéndola y también observé detalles que pase por alto la primera vez, algo que llamo mi atención fue el grado de incumplimiento de los contratistas y lo desprotegidos que estábamos los consumidores hace unos años.

Sin importar el momento de la pregunta: ¿Cuánto tiempo se demoran en terminar el trabajo? Y luego: ¿Cuánto falta para terminar el trabajo? Los contratistas siempre contestaban: dos semanas, incumpliendo el plazo varias veces, pues tardaron varios meses.

Eso me hizo recordar que uno de los motivos que generan mayor inconformidad y desconfianza en las relaciones personales, laborales, comerciales y de pareja, es la falta de palabra.

Hace no tanto tiempo la palabra empeñada era garantía de cumplimiento, y la marca personal tanto como la marca corporativa e institucional era cuidada de tal manera que era muy difícil que la incumplieran.

Pues las ciudades eran tan pequeñas que si alguien no cumplía sus compromisos era rápidamente identificado y sometido al escarnio público.

Ese sentido del compromiso y la responsabilidad hacia que las personas y las empresas adquirieran los compromisos que podían cumplir, y tenían sumo cuidado de las obligaciones que contraían.

Hoy en día vemos como empresas que durante años se aprovecharon de los clientes en los diferentes sectores maltratándolos a través de incumplir los beneficios ofrecidos, las garantías, los plazos de entrega y la calidad de los productos a base de publicidad engañosa y en connivencia con el poder político, los entes reguladores y los medios de comunicación reciben el escarnio público de los clientes maltratados en las redes sociales, ocasionando con esto una perdida de confianza y credibilidad en el público, algo que antes podían acallar, pero que ahora es prácticamente imposible.

Conservar el buen nombre es una tarea titánica si nos comprometemos con algo que de antemano sabemos que no podemos cumplir, y algo sencillo si dirigimos nuestros esfuerzos a ser honestos y comprometernos sólo con lo que podemos.

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